Hoy, una parábola sobre justicia social. La Facultad de Ingeniería de la Universidad de Houston
y del Departamento de Estudios Hispánicos presentan esta serie sobre las maquinas que mueven nuestra
civilización, y las personas cuyo ingenio las creó.
La Inglaterra victoriana poseía una potente economía y sus florecientes industrias
requerían de abundante mano de obra. Los niños y las mujeres pobres se convirtieron así en una importante
fuente para cubrir esa necesidad. Las mujeres cargaban carbón, construían ladrillos y forjaban el hierro y
recibían por su extenuante trabajo unos míseros chelines a la semana.
Las mujeres pobres estaban completamente marginadas de la vida social inglesa que leemos en los libros.
Ni siquiera Dickens nos contó lo peor. El sistema social las separaba de la cultivada clase privilegiada de
tal forma, que para un gentleman era indebido tan siquiera hablar con una mujer pobre.
Arthur Munby, un miembro importante de la Comisión Eclesiástica de Londres, estaba fascinado con estas
obreras pobres. Le atraían, las seguía, las dibujaba, escribió sobre ellas y coleccionó sus fotos. Su
trabajo nos dejó un rico testimonio.
Este nos permite verlas a través de sus ojos, y lo que encontramos son mujeres fuertes, guapas y
funcionales —mujeres sinceras que se burlaban peculiarmente del comportamiento y las maneras
victorianas. No es extraño que Munby se sintiera atraído; son realmente sorprendentes.
Aquí esta historia se complica. En 1847 un tabloide de Londres publicó un reportaje sobre las mineras.
Presentaba una escena terrible. Mujeres trabajando a pecho descubierto como bestias de carga tirando carros
de carbón en los profundos túneles de las minas. Además estas obreras de las minas llevaban pantalones
como los hombres. Esto era lo peor de todo y era inaceptable. El periódico exigía una reforma.
Munby estaba aterrorizado, el era amigo de ellas, las conocía y las quería. Le escribió a un selecto
Comité del Parlamento recomendando que se les permitiera seguir trabajando. Ya que necesitaban y
“disfrutaban” su trabajo. Aunque no lo dijera abiertamente él pensaba que eran una especie en peligro
de extinción.
Manby se sintió especialmente atraído por una mujer trabajadora que se llamaba Hannah Cullwick.
Era una criada–para–todo que trabajaba en la casa de él. Es decir, que hacia
todo el trabajo sucio necesario en una casa grande. Era un trabajo extenuante. Hannah era alta y
fornida.
En 1873 Munby y Hannah se casaron. Pero él tuvo que mantenerlo en secreto. De otra manera hubiera
arruinado su reputación social. Asi es que Hannah, en su propia casa, era la sirvienta, y cuando viajaban
al extranjero se vestía como una elegante mujer victoriana. Él llevaba un par de fotos de Hannah. En un
lado aparece vestida como sirvienta; y en el otro como una elegante señora. En otro par aparece,
sofisticadamente vestida con un sombrero de moda; y, en la otra, llevando una negra lámpara limpiando
chimeneas medio desnuda.
No es de extrañarse que después de 30 años tal matrimonio se deteriorara. Después de todo Munby
era la víctima del orden paralizador de ese sistema social en el que vivió tanto como lo era Hannah.
El escribió poesía sobre la innata igualdad entre mujeres ricas y mujeres pobres. Pero al final
de todo la tiranía degrada tanto al Señor como al esclavo. Y nos preguntamos: ¿habría tenido acaso
alguno de los dos la oportunidad de escapar de la terrible maraña en la que se vieron atrapados?
Les habló Aymara Boggiano en otro episodio de Las invenciones de la inventiva, de
John Lienhard en la Universidad de Houston, donde nos interesa el proceso de la mente
inventiva.
(Tema musical)
Hiley, M., Victorian Working Women: Portraits
from Life. Boston: David R. Godine, Publisher,
1979. Davidoff, L., Class and Gender in Victorian
England, Sex and Class in Women's
History (J.L. Newton, M.P. Ryan, and J.R.
Walkowitz). London: Routledge & Kegan Paul,
Chapter 1.
Munby y Cullwik se casaron en 1873. Ella continuó
como esposa–en–la–sombra hasta
su muerte en 1909. El murió al año siguiente. En
su vejez Munby escribió lo siguiente:
Fue un matrimonio de dos personas que
proviniendo de polos opuestos se encontraron
y compartieron una intensa y duradera
convicción de que estaban hechos el uno para
el otro; y que el contraste que hubo entre
ellos en condición, conocimiento, experiencia,
y en apariencia externa era en sí mismo una
evidencia de ese hecho. Fue un matrimonio de
dos apasionados: ella, una apasionada de su
propia clase y profesión, sus modos, su forma
de vestir, sus maneras; él, un aliado en esa
pasión, y un idealista, para quien ella era la
única mujer que podía realizar su ideal y lo
hizo.
Él mantuvo su irreal —incluso falso—
idealismo hasta el final, aunque vivieron separados por gran
parte durante su matrimonio.
Agradezco a Margaret Culberston, de la Biblioteca de
Arte y Arquitectura de UH, por haberme sugerido este
tema y proveerme la referencia de Hiley.

The Engines of Our Ingenuity is
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